Dad always went to church with us every Sunday. After dinner one evening, my father summoned my brother and me to a private talk in the living room. I sensed punishment coming, and had my plea ready. Then came the surprising announcement: “Boys, I’ve decided to become a Catholic.”
His pilgrimage of faith led my father to the Easter Vigil. As an altar boy, I witnessed my dad and the other “elect” stand in the sanctuary as baptismal vows were proclaimed, water poured, holy oils oozed, wax dripped, and darkness was dispelled as the chorus heralded a glorious Alleluia time! Redemption for all!
“I’m proud of you, Dad,” I thought, as my eyes filled with what must have been an incense allergy, I’m sure. Oddly, this condition recurs every year. The baptism, procession with light, retelling of our Salvation History, reciting our common baptismal vows. And embracing each other as brothers and sisters in Holy Communion. This draws us into a sacred bond of love with Christ at the center. Every year we celebrate Christ’s resurrection — the single event that changed us and changed the world forever.
By living a redeemed life — a life of continual conversion — it is my greatest hope that my Heavenly Father will say to me one day, “I’m proud of you!”
La oscuridad, el fuego, el agua salpica y el óleo fluye en una acción ritual que es a la vez misteriosa y trascendental…sin embargo es acogedora. ¡En esta santa noche de la Vigilia Pascual, nosotros los cristianos entramos en la historia…la historia de nuestra salvación! Es la celebración más bella del año, cuando los “Elegidos” entran en plena comunión con nosotros…y desfilan alegremente por el pasillo central. Un fuego chispeante enciende una llama de fe en los corazones de aquellos a ser bautizados y en toda la asamblea. El cirio pascual, rodeado por un sinnúmero de titileos de luz, nos lleva a la proclamación de las sagradas escrituras – recordándonos que Cristo es la luz del mundo que disipa las sombras del pecado y de la muerte. Los Elegidos están sumergidos en la piscina de la gracia de Dios mientras el agua bendita cae sobre las cabezas de todos los creyentes al renovar las promesas bautismales. ¡Este es nuestro Desfile de la Pascua! Es grande, hermoso, solemne, importante. Cuando compartimos la Eucaristía, la misma vida de Dios nos consume mientras consumimos la sagrada hostia. No sólo recordamos y celebramos nuestra salvación, sino también se hace parte de nosotros. ¡Aleluya…aleluya! ¡Regocijémonos y alegrémonos!
Rev. Richard Bennett, C.Ss.R.
Bronx, NY