Joshua 5:9, 10-12; Psalm 34; 2 Corinthians 5:17-21; Luke 15:1-3, 11-32
If you grew up in a family with one or more brothers or sisters, you know what sibling rivalry is—and today’s Gospel gives us an example. In the story of the prodigal son, the older son is furious over what he perceives to be a grave injustice.
He is angry and feels hurt, if not betrayed. After all, he has been faithful and done the right thing, yet the scandal of his younger brother seems to have been completely forgotten or even rewarded.
Think about the opioid crisis in our country. Many of its victims are young. Others are middle-aged moms and dads, even grandparents, who took pills prescribed by their doctor and now find themselves trying to break free from the chains of addiction. They feel sad, sinful, guilty, and ashamed. Their road to recovery will be marked by unconditional love and acceptance, despite their faults and failures.
This is the kind of mercy and compassion we find in the parable of the prodigal son. Christ shows us the redeeming love of our Heavenly Father—a love that can heal and restore our relationship with God and also heal the wounds of sin and betrayal within the hearts of our brothers and sisters.
Come to the feast. Gather around the eucharistic table. Let us enjoy one another’s company again as we share the meal of Christ’s redeeming grace. Bon appétit!
Father Richard Bennett, C.Ss.R.
Philadelphia
31 de marzo, cuarto domingo
Josué 5:9, 10-12; Salmo 34; 2 Corintios 5:17-21; Lucas 15:1-3, 11-32
Este es el domingo de la alegría, llamado Laetare, en la liturgia. El Señor se regocija, la gente se regocija, y el hijo que regresa se alegra. Todos son felices excepto el hijo mayor, que está triste y lleno de quejas. No quiere entrar a la fiesta ni participa de la alegría del Padre que recibe al hijo que regresa.
Esta tristeza es la que el Papa Francisco nos invita a superar. La santidad es el paso de la tristeza perfeccionista a la alegría de la gratitud. Podemos vivir la vida cristiana responsablemente pero sin disfrutar del gozo del Espíritu Santo. Para que esa alegría llegue, es necesario pedir perdón, recibir el perdón, y otorgar el perdón.
Es la invitación que San Pablo les hace a los corintios en la segunda lectura de hoy. Saberse misionero del Redentor es ser embajador de la alegría de la reconciliación.
El Señor nos conceda llegar a la Pascua con la alegría de los que, habiendo hecho la experiencia de la sed y el hambre de Dios, de perdón y del abrazo del Padre, perdonan a los hermanos, celebran el gozo de la paz, y participan de lo que son y tienen en la mesa de la “Casa común”.
Con María, cantemos la alegría de quien sabe que la fiesta del amor y la gracia, dura para siempre si agradecemos el perdón y lo ofrecemos sin condiciones.
Padre Miguel Ángel Chabrando, C.Ss.R.
Córdoba, Argentina